miércoles, 19 de octubre de 2011

Un abrigo para el sol



Hacia frío. ¡Brrr!. Friísimo, requete frío.
Adentro de las casas había que prender horno, ornallas, velas, estufas..¡Hasta fogatas! Con tal de calentar un poco el lugar
La leche, tomarla de un trago, pq si se quedaba un rato sobre la mesa, se convertía en helado.
La comida, se enfriaba en el tiempo que tarda un tenedor en ir, desde el palto a la boca.
La gente se ponía encima cuanta ropa encontraba en su ropero. Y para dormir, con pijama, tapados, gorros y guantes, se metían debajo del colchón cubierto de frazadas.
Bañarse?? ¡Brrr! Era parecido a ir a la guerra. A todo al q se bañaba en aquellos días, sin protestar, se lo consideraba HEROE NACIONAL.
Fuera de las casas todavía era peor, para hacer las compras había q ponerse bufanda hasta en las uñas, al caminar los pies se endurecían como témpanos, y al hablar las palabras se hacían copos de nieve.
Pero q les digo? Si hubo que vestir a los monumentos, que de tanto tiritar corrían riesgo de derrumbarse.
Los árboles pelados x el otoño, se agarraron todos, una gripe. Y fue esa, la gripe de los árboles, la q provoco el desastre mayor. Lo q en la historia se recuerda, como la famosa invasión de los estornudos.
Si, la invasión de los estornudos, el ataque de un poderoso ejercito de ATCHIS, que ocupo la ciudad, apoderándose, de todo y de todos.
-         ¡Hola atchis! Decía uno
-         Como te va atchis? respondía el otro
Salio la moda atchis, la música atchis, las remeras atchis...En resumen entre el frío y el atchis, ya no se podía respirar.
Doña juanita juanura, una vieja tejedora de la ciudad, creyó q con sus lanas y sus agujas ya nada podía hacer x su gente. Y envío una carta al sol, a su amigo sol, q entonces descansaba tranquilo tras una nube.
-¡Socorro amigo! Decía la carta – nos vamos a morir todos de frío!
El buen sol, leyó el msj...sin pensarlo arranco sus rayos y empezó a ovillarlos como lana. Hizo una montaña de madejas que en un arco iris mando a la ciudad.
Al recibirlas juanita la tejedora, se puso a tejer y tejer abrigos de rayos de sol. Así es que en poco tiempo la ciudad volvió a su ritmo normal, a pesar de su crudo invierno...Porque... quien va a tener frío con un pulóver de sol, o con guantes de sus rayitos. Nadie, salvo el pobre sol, q al quedar desnudo se enfermo gravemente...lo encontraron pálido y afiebrado en un rincón de niebla. Lo acostaron en una cama de flores, que ellas misma hicieron. Lo abrigaron y alimentaron hasta q sus rayos volvieron a crecer. Fuertes y calientes.
Una vez curado, el buen sol agradecido volvió al cielo, y al día siguiente, para alegría de todos, comenzó la primavera

El árbol de las risas

Esta historia comienza así: hace muchos años existía un famoso pueblito, alejado de la ciudad, llamado Glabilú. En el medio de la única placita que tenía, había un árbol, con hojas grandes, chicas, medianas, verdes, rojas, amarillas, celestes y muchos colores más. No sólo era hermoso, sino que regalaba sonrisas a toda la gente.
Cada vez que alguien se sentía un poquito triste, se iba hasta la plaza, se acercaba al árbol y automáticamente se empezaba a reír. Para los chicos, Risitas, que así lo llamaban a su árbol, era un amigo más. Esperaban ansiosos que llegara la tarde para poder ir a jugar junto a él. Se trepaban en sus ramas, le cantaban canciones, se divertían mucho. Una noche, el Señor Gogó, que era del pueblito vecino, fue hasta la placita. Miró para todos lado, se fijo que no hubiese nadie, y se acerco al árbol en puntitas de pie. Era un hombre muy malo y serio, y no le gustaba que sus vecinos siempre estuvieran alegres. Entonces, empezó a arrancarle las coloridas hojas a Risitas y a patearle su tronco ¡con mucha bronca!. El pobre árbol empezó a reír cada vez menos... hasta dejarlo de hacer por completo. Y cuando lo hizo, el Señor Gogó se fue satisfecho a su pueblo.A la mañana siguiente el árbol amaneció enfermo, casi muerto. La gente se puso muy triste cuando lo vio, y la risa desapareció de sus caras. Entre ellos se miraban y se preguntaban: ¿qué le habrá pasado? ¿quién lo lastimó?. Se pusieron a juntar sus hojitas, a cuidarlo, a regarlo, pero Risitas seguía igual. Hasta que un día, decidieron que la forma para curarlo era darle lo mismo que el siempre les dio a ellos: RISAS. Se juntaron todos, hicieron una ronda alrededor del árbol, se agarraron de las manos y empezaron a reír. Y rieron cada vez más fuerte, tan fuerte que hasta la tierra comenzó a vibrar. Risitas empezó a tomar vida, le volvieron a salir sus coloridas hojas y con ellas, su alegría. Empezó riéndose bajito, casi no se lo oía, pero terminó riéndose tan alto que hasta contagió al Sol. Comenzaron a crecer muchas y muchas flores a su alrededor y se formó un arco iris, el más bello que habían visto en toda su vida. La risa empezó a contagiar a los pueblos vecinos y llegó hasta la casa del Señor Gogó, y sin darse cuenta, de sus labios, comenzaron a salir risas

miércoles, 12 de octubre de 2011

Llovía de Silvia Schujer

Llovía. ¡Y cómo llovía!
Eran las 3 de la tarde y llovía.
El agua mojaba la vereda. Los techos. Los árboles, los paraguas y los zapatos. ¡Qué poco original!
Eran las 4 de la tarde y llovía.
Los chicos hacían dibujos en los vidrios empañados. Los borraban y volvían a empañar.
Los árboles se sacudían a la primera caricia del viento. Flish, flush.
Eran las 5 de la tarde y llovía.
La gente esperaba a otra gente para decirle: “¿viste cómo llueve?”. Los charcos se iban haciendo cada vez más grandes, como aprendices del mar.
A veces el agua bajaba como si en vez de nubes, en el cielo hubiera mangueras. A veces como rocío.
La noche empezaba a preguntarse si también se iba a mojar.
Las casitas de chapa empezaban a sentirse mareadas.
Y la luna estaba segura de que iba a tener que aprender a nadar.
Porque llovía. ¡Y cómo llovía!
Era el día siguiente y llovía.
Con mayúscula y minúscula llovía.
Hasta que me di cuenta de algo: si la lluvia continuaba no podría terminar jamás el cuento.
Mis cuentos nunca terminan con lluvia. No me gusta que naufraguen los lectores.
Fue Máximo Aguado el personaje que me vino a la mente. Lo tenía escondido entre buenas ideas.
Se metió en la historia sin permiso. Así nomás. Y haciéndose el protagonista gritó: “¡Basta de llover, caramba!” “Ya fue suficiente”.
Y, ¿saben lo que pasó?
Sí, eso. Que no cayó más agua y este cuento... se acabó.


Jamón del diablo

Jamón del diablo de Iris Rivera
Todas las tías estaban de acuerdo en que Carolina era un amor de educada y que le gustaban las galletitas de agua untadas con paté. Pero ese día no había paté en el supermercado y ¡que mala idea tuvo la madre cuando compró jamón del diablo! Claro, pensó que le iba a gustar lo mismo y, la verdad, le gustó tanto que se comió la latita entera (lo de adentro de la latita, bah). Pero el asunto vino después.
-¿Jamón del diablo se llama?- Dijo Carolina. Y ató la lata vacía a la cola del gato que salió disparado y hasta el techo no paró.
-Jamón del diablo ¿no?-  y escondió la maquinita de afeitar del padre en el tarro  de yerba.
-Ah jamón del diablo- Y se guardó en la media la goma nueva de la hermana que iba a la secundaria.
-Acá están pasando cosas raras- dijo la madre viendo que Carolina tenái una sonrisita de costado y de ¿Qué me mirás?
-Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah!- se oyó un alarido indicando que la hermana grande había sacado de la cartuchera la dentadura postiza de la abuela.
Casi enseguida empezaron a pisar agua porque el lavarropas rebalsaba.
Carolina salpicaba feliz, empapándose los pies.
-¡Lliiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!- chilló la abuela que había encontrado una lauchita bebe en la zapatilla.
-¡ Güeeeeeeeeeeeeeeeee!- lloraba el hermanito.
Carolina dijo jijí y le alcanzó un corcho, que es casi lo mismo que un chupete.
Justo en ese momento: el timbre.
-¡carolina! ¡Atendé al sodero! ¡decile que hoy no!- gritó la madre barriendo el agua rebalsada del lavarropas, ya algo nerviosa.
Y carolina le dio a entender al sodero que “hoy no” disparándole un poderoso chorro de soda que hombre esquivó como un experto.
-¿Qué le pasa a esta chica?.... “terminala, nena ¡prepará la mochila y ponete el guardapolvo, querés?”.
Carolina preparó la mochila y se fue a la escuela, pero antes puso en el medio del camino las 17 macetas del patio, tocó el timbre nueve veces y le sacó la lengua a la vecina de enfrente, que la miró torcido. Y se cruzó  a hacerle el reclamo a la madre.
El reclamo duró un rato. Después, la madre entró y se desparramó en una silla, confundida y pensante. Menos mal que esa mocosa ya se había ido a la escuela.
Pero la tarde pasó muy rápido y a las 17:10 hs ya estaba de vuelta, sin botones, sin moños y con una nota en el cuaderno de comunicaciones:
Corresponde una llamada de atención por traer carbón para escribirle el cuaderno a sus compañeritos, un plumero para borrar y un kilo de harina quien sabe para qué. La alumna es observada, además, por corretear por todo el patio a caballo de la escoba de la portera y, quede claro, es la última vez que se le permite entrar al establecimiento calzada con patas de rana, como así también usar sin autorización la peluca de la señora directora.
La madre pensó en desparramarse de nuevo, sobre todo porque esa chica no estaba afligida para nada. Al contrario, saltaba y pedía: -¡Jamón del diablo! ¡Jamón del diablo! ¡Jamón del diablo!
Entonces a la madre le vino la inspiración: -¡que jamón del diablo ni que ocho cuartos!- grito con voz de madre inspirada y, aunque más bien era la hora de tomar la leche, se puso a prepararle una sopa salvadora.
Era una rica sopita de fideos cabello de ángel  

La casa del árbol

La casa del árbol de Iris rivera
¡ Otra vez me mandaron al rincón y me quedo sin ver los dibus de la tarde!.
Fue por el pino que compró mi papá. Y porque se vació el tanque de agua mientras dormía la siesta mi hermanita… (Que se durmió mi mamá también, como dos horas). Y justo cortaron la luz. Y nosotros, sin agua. Y yo, al rincón.
La luz ya vino, pero igual me quedo sin ver los dibus de la tarde.
Es alto hasta mis rodillas, el pino. Mi papá lo plantó en el terreno. En el fondo lo plantó.
Yo tengo tres amigos: Matías, Lenadro y Mariano. Con Fernando que soy yo, somos cuatro.
Nos divertimos joya en el terreno. Y más cuando duerme la siesta mi mamá. Y más ahora que está el pino que me llega hasta las rodillas. Porque cuando el pino crezca y se venga más alto que el techo, nosotros planeamos hacernos una casa. De esas casas en el árbol nos vamos a hacer. La vamos a armar con maderas. Ya estamos juntando los palos en el fondo.
Hicimos una pila y Matías las tapó con bolsas por si llueve. Leandro trajo una lata de la casa de él y ahí guardamos los clavos. El abuelo de Mariano nos dio un montón y el tío capaz que nos presta en martillo, porque mi papá esas cosas dice que no me presta. Que por ahí me reviento un dedo, dice.
Yo sé dibujar bien y por eso soy el que tengo que hacer los planos. Ya hice unos y mis amigos estaban de acuerdo.
Pero mi hermanita me los mamarrachó todos. Yo, de bronca, le escondí la muñeca articulada y la hice llorar al los gritos pelados. Un poco también por eso me mandaron al rincón. Y más bronca me da porque ahora tengo que hacer los planos de nuevo.
La casa del árbol va a tener una escalera para poder subir cuando estemos abajo y para poder bajar cuando estemos arriba. Es fácil hacer una escalera, porque ponés dos palos así y después les vas clavando palitos cortos así, así y así. Es fácil si te prestan el martillo.
También va a tener el techo de palos con hojas y ramas por arriba para que sea más fresca adentro.
Le vamos a hacer una puerta que se abra y con cortina y todo. La cortina es fácil porque la hacemos con un trapo de la bolsa de mi mamá. Si tenés calor la atás con un hilo en el medio y listo. Así entra aire.
A la siesta nosotros vamos a estar en la casa del árbol. Y a la noche también. Yo no tengo miedo. Mariano tampoco. Total…nos conseguimos una linterna como las que hay en mi cocina, pero que tenga pilas. A la linterna la colgamos del techo con un alambre. En el galpón de mi casa hay un rollo así de alto de alambre.
Nos podemos hacer una mesa también, Matías sabe. Y nos llevamos juegos y chizitos. ¡Joya! Nos podemos hacer camas con unas colchas viejas.
Mi abuela tiene. Capaz me preste. Y después estamos ahí, tramamos planes, trucos… ¡va a estar buenísimo!
Capaz que salgo pronto de la penitencia, porque ya vino la luz y mi mama pudo llenar el tanque. Es una exagerada mi mamá. Nosotros no hicimos una travesura grave como dice ella. Ni siquiera fue una travesura eso. Pero no lo quiere entender.
Ya sé que le vaciamos el tanque, que estaba casi lleno. Entre los cuatro, haciendo pasamanos con los baldes se lo vaciamos. Pero ¿Qué quiere mi mamá? El pinito recién me llega hasta la rodilla a mí. ¿No se da cuenta? … ¿Cuánto va a faltar para que hagamos la casa del árbol sino lo regamos bastante, eh?